LA VENTANA INDISCRETA

Siempre miraba, los pequeños ojos de Marisa siempre observaban todo lo que pasaba a través de la ventana. A pesar del paso de los años, no se cansaba de sus citas con el mundo exterior. Desde su ventana se sentía acompañada, se sentía segura. La vida transcurría allí fuera, un lugar cercano y extraño que no le gustaba transitar. Las pocas veces que salía, lo hacía temerosa e insegura, hacía los encargos imprescindibles, normalmente los viernes, y volvía a la seguridad de su hogar. Sus pequeñas incursiones en la calle eran para hacer la compra semanal e intercambiar libros ya leídos por otros nuevos por descubrir, en la biblioteca municipal que tenía la suerte de tener al lado de su casa.
En su pequeño piso tenía espacio suficiente para ella y sus cosas. Un espacio que ella se fue haciendo suyo con el paso de los años. Su pequeña habitación con su cama, su cómoda… su cocina con su mesita para comer… y su sala de estar, dónde realmente hacía vida. Un gran ventanal presidía el espacio, ocupaba toda la pared orientada al sur, por donde cada mañana el sol inundaba cada rincón, a la derecha tenía la biblioteca cargada de libros, algunos esperando ser leídos, en la parte posterior había dos puertas, la cocina y el recibidor, y a la izquierda la puerta de su habitación con el baño, y el rincón favorito de Marisa con su sillón, su mesita y su lámpara para leer junto al gran ventanal. Aquel rincón era su vida, desde allí conectaba con el exterior, se nutría de vida. El mundo exterior al que se asomaba paciente que cambiaba con cada estación, las idas y venidas a la pequeña biblioteca municipal que en época de exámenes procuraba no visitar, la cafetería a su derecha junto a la biblioteca que con el buen tiempo ocupaba como terraza parte de la amplia acera que acababan de reformar. Al otro lado, una escuela cristiana que se llenaba de niños a las nueve, a la una, a las tres y a las cinco, y se quedaba desierta a partir de las seis. La amplia acera terminaba con una hilera de tilos y unos bancos donde solían esperar personas anónimas a sus amantes, madres a sus hijos, abuelos a sus nietos...
Desde su ventana miraba, leía, pensaba, y, a veces, escribía. Siempre tenía su viejo televisor encendido, casi nunca le prestaba atención, sólo le gustaba tener el susurro de la compañía. Sentada en su sillón pasaba los días, en su mesita le esperaba paciente un libro empezado, su cuaderno, sus lápices y su pluma. Le encantaba el sonido de su pluma en contacto con el papel, una pequeña banda sonora que le recordaba su niñez.
Marisa se sentía feliz, estaba en su sillón como siempre, en aquella mañana especialmente soleada, anunciando la cercanía de una nueva primavera, se encontraba calmada, el rumor de los árboles y el dulce canto de los pajarillos que los habitaban eran alegres y cercanos. Abrió la ventana para sentir el frescor de la mañana en su cara, respirar el olor a tilo, oír el trino más cerca. Cerró los ojos y pensó que era el momento… un gorrión se posó en el marco y empezó a cantar, cuando emprendió el vuelo Marisa se dejó llevar. La venía a buscar. Y voló, dejando atrás su casa, su sillón, su ventana, sus tilos, sus anónimos compañeros…

Paloma

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